Por Stefanie Scaglioni MezaEn ocasiones mis amigas suelen decirme que soy una persona fría, porque no demuestro mis sentimientos con facilidad, cuando estoy enojada o algo no me parece soy un poco dura para decir lo que pienso y a veces suelo herir a las personas por mi manera de ver las cosas. Nadie es perfecto y gracias a Dios tengo amigos y una familia grandiosa que soportan mis ratos de “grinch” (como diría Gina)
Hace un mes ocurrió algo que me hizo reflexionar sobre mi forma de ver algunos aspectos de la vida…
Muchas veces tenemos problemas o nos ocurren cosas y decimos ¡PORQUE A MÍ! o ¡QUÉ HICE YO! – a mí me paso, lo admito - nos ahogamos en un vaso con agua, se nos acaba el mundo y nos cerramos tanto que vemos imposible una solución.
Hace unas semanas, mi profe Danny nos dejó un trabajo, un documental para ser más exacta y sin pensarlo dos veces ya tenía el tema y se lo propuse a Gina, mi compañera. Sabía sobre la existencia de un zoológico, muy pequeño y humilde, que siempre me llamó la atención pero por flojera nunca fui.
Llegamos hasta el lugar (que queda muy cerca de mi casa por cierto) para hacer la pre entrevista. El dueño del lugar, un anciano que al comienzo nos miro con cierta desconfianza, nos dijo que no habría ningún problema en que filmáramos a los animales; amablemente nos dejó pasar para conocer el lugar y tanto mi amiga como yo nos sorprendimos con la cantidad y variedad de animales que tenía. Dimos una vuelta, cheamos todo el lugar y nos fuimos con el compromiso de regresar.
Después de casi dos semanas, regresamos. Recuerdo que ese día hubo una manifestación y para nuestra mala suerte, la concentración de protestantes era una cuadra antes de llegar al zoológico. Gina y yo estábamos cargando bolsas (con frutas y verduras para los animales) y mientras caminábamos escuchábamos como todos los manifestantes gritaban cosas como: ¡Saqueo!, ¡Mamacitas, porque no vienen a cocinarnos!.Cada vez que recuerdo eso me rio, pero en el momento no fue nada gracioso.
A pesar del paro y los manifestantes, llegamos, un poco asustadas claro ; cuando nos acercamos a la entrada el sr Miguel – así se llama el encargado- nos vio, nos reconoció y nos abrió la puerta, acompañado de sus fieles Muñeca y Fido ( dos puddles encantadores) . En ese momento sentí una de las satisfacciones más grandes de mi vida, al ver el rostro de agradecimiento por las pequeñeces que le llevamos, me sentí un poco mal porque me hubiera gustado llevar mucho más, pero para el sr Miguel fue suficiente.
Empezamos con la filmación, son muchos animales, el espacio es un tanto reducido, pero a pesar de muchas necesidades, se nota que la mayoría de los animales están cómodos.
El sr Miguel nos empezó a contar sobre el zoológico, como empezó, cuántos animales tenía, etc, etc, etc. Yo tenía muchas dudas y preguntas que hacerle. La más importante para mí era ¿qué significaban todos estos animales para él? … Miro la filmadora, se quedó callado un momento y prosiguió: “Siempre me gustaron los animales, teniendo este zoológico puedo cuidarlos,
porque a veces sus dueños vienen, los dejan y se olvidan de ellos. Empecé con algunos en el patio de mi casa y poco a poco fueron aumentando hasta que me tuve que cambiar de local”. Y le pregunté –con mucha más insistencia y curiosidad- recibe algún tipo de apoyo: “Las personas vienen, no les cobro nada por ingresar, sólo su colaboración o lo que me puedan dar. En cuanto a las autoridades muchas se comprometieron, hasta hicieron una campaña para adoptar animales -sonrió sarcásticamente- vinieron, se tomaron fotos, salieron en los periódicos y nunca más regresaron”.
Nos contó tantas cosas, yo no salía de mi asombro y cada vez pensaba más en lo egoístas que podemos ser.
Mientras filmaba pude percatarme del cariño especial que tiene don Miguel por sus animales, la preocupación que siente cuando uno está enfermo, cuando no llega la comida y es tarde para alimentarlos, cuando no sabe dónde está su engreído Fido. Pude percatarme también de que a pesar de estar rodeado de tantos animales que le demuestran cariño, los ojos de don Miguel reflejan una profunda soledad.
Me detuve un momento y me quedé observándolo, estaba sentado, en una banca a la entrada del zoológico, acariciando a Muñeca.
Dicen que las primeras impresiones no siempre son buenas, y cuando yo lo conocí me pareció un poco renegón, tímido y muy poco conversador. Pero ese día, esa primera impresión cambio. Me senté a su lado y sin conocerme mucho me empezó a contar de su familia, sonreía cuando comentaba que su nieta estudiaba Ciencias de la Comunicación igual que yo. Empezamos a conversar, yo le preguntaba de todo y él me respondía sin ninguna molestia. Me sentí tan feliz, de ser al menos por ese pequeño momento una compañía para él.
Estuvimos casi toda la mañana ahí, don Miguel caminaba, yo lo seguía, quería escuchar todo lo que él tuviera para contar sobre los animales, sobre las personas que iban, sobre su vida... En ese momento todo lo que él dijera, para mí era importante.
Era hora de irnos, ya había terminado de alimentar a todos los animales y él debía también ir a almorzar, me dio un poco de nostalgia despedirme en ese momento, pero le prometimos que regresaríamos, no por compromiso, si no porque esa visita de alguna u otra manera, marcó mi vida.
Por los trabajos de la u, por algunos viajes y otros motivos que no son tan importantes, no pude ir en dos semanas. Sentía que estaba faltando a mi palabra y eso m hacía sentir muy mal.
Un sábado, me desperté súper temprano - raro en mí – era el día indicado para ir. Desperté a Diego (mi hermanito menor), estaba tan entusiasmada porque él conociera el zoológico ya que cuando era más pequeño decía que quería ser veterinario, porque le gustan los animales.
Empezamos a caminar, nos detuvimos en una tienda para comprar algunas cosas para los animales y seguimos en el camino.
Llegamos y mi gran temor era que don Miguel no me recordará, pero cuando me vio sonrió y se paró para abrirnos la puerta. Entramos, le di un gran abrazo. Luego empecé con un pequeño recorrido junto con Diego para que conociera el zoo. Yo estaba tan familiarizada con todos los ambientes, sonreía cuando le explicaba o le contaba alguna anécdota graciosa sobre cada animal y él me escuchaba atento. Los animales que más le gustaron fueron los monos, que son muy graciosos y están siempre disponibles para tomarles fotos.
Nada había cambiado, todo seguía como lo dejé. Diego se quedó jugando con los monos y yo me senté junto a don Miguel en la misma banca que la otra vez. Empezamos a conversar y el tiempo se pasó tan rápido. Después de un rato mi hermanito se sentó con nosotros, un poco asustado porque le tiene una fobia inexplicable a los puddles y tanto Muñeca como Fido se le acercaban moviéndole la cola para que les hiciera cariño.
Era la hora de irnos y sentía de nuevo ese vacío en el pecho, pero estaba más tranquila porque todo estaba bien y don Miguel a pesar de todo, seguía con esa buena vibra que te contagia y te llama tanto la atención.
Me despedí con un fuerte abrazo, don Miguel sonrió y entre bromas dijo: “tu hermano está más grande que tú, creo que te estás quedando un poco bajita”.
Caminamos y caminamos, sólo tenía una cosa en mi mente… ¿cuándo regresaría? … A veces suelo quejarme porque entre el trabajo, la universidad y otras responsabilidades no tengo tiempo para hacer muchas cosas que me gustarían, pero tengo por seguro que siempre habrá un tiempito para visitar a este viejito que me robó el corazón.
Muchas veces pensamos que desde nuestra posición no podemos hacer nada para solucionar muchos problemas que hay en la sociedad, siempre me gustaron los animales pero nunca hice nada por ellos.
Conocer a este señor, de verdad que me hizo pensar mucho, su gran corazón, su entrega desinteresada … Me siento afortunada de ser parte de eso, de haber conocido a una persona tan maravillosa. Las cosas más simples de la vida, son las que nos traen mayores satisfacciones, y hacer sonreir a alguien, no tiene precio.